sábado, 9 de enero de 2016

Los dictados del futuro



El gobierno francés ha anunciado recientemente una serie de medidas en materia educativa con la que se pretende, según su ministra de educación, contribuir a la "refundación de la escuela”. El nuevo programa, que apuesta por una pedagogía de entrenamiento cotidiano y repetición, recuperando para ello los dictados diarios y los ejercicios de cálculo mental, ha suscitado todo tipo de críticas. Curiosamente, la responsable de la educación nacional y de la presente polémica es una de las más jóvenes y modernas figuras del gobierno socialista francés. A pesar de ello, la reforma no ha contado con el apoyo político del sector más progresista, que ve en estas medidas un retroceso metodológico, una innecesaria vuelta al pasado académico. Mientras, los conservadores aplauden. Para nuestros vecinos, la educación ha sido siempre una cuestión de Estado, aunque ahora se haya abierto una batalla política en torno a la reforma prevista para el próximo curso. Otra vez mezclando el agua con el aceite; la educación no entiende de ideologías, oiga.


Cuando conocí la noticia el pasado mes de septiembre me resultaron curiosos algunos planteamientos. Las leyes de educación, al menos la española, se han ido reformulando para estar en sintonía con los tiempos modernos, o, al menos, ese es el bienintencionado propósito de cuantos gobiernos cogen las riendas. Sobre el papel no se habla más que del aprendizaje por competencias, de la aplicación de las nuevas tecnologías a la enseñanza y de pizarras digitales. Parece claro que la escuela tiene que mirar hacia el futuro y que hay que capacitar a los estudiantes para salir a su encuentro con el mundo, cada vez más global y tecnológico. Nada que objetar. Lo que sí sería interesante es que las instituciones educativas se parasen a observar la realidad de las aulas y emitir un diagnóstico de la situación presente antes de lanzarse a fantasear con el futuro.

Muchos se hacen cruces si hablamos de hacer dictados, de trabajar el cálculo o la memoria. Son medidas para algunos pasadas de moda. Queremos formar alumnos competentes, pero hay que recordar que la competencia se adquiere andando. Siempre les digo a los alumnos que, lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que una significativa parte de la población es “analfabeta funcional”, es decir que sabe leer y escribir, pero ni lee ni escribe. Ellos se enfadan mucho; les duele el amor propio y apelan a que se comunican, escriben mucho y leen mucho a través de aplicaciones como “Whats’app” o Facebook. Lo que les explico a continuación es que en las redes sociales llevamos a cabo lecturas discontinuas, fragmentarias y que no siempre contribuyen a ampliar nuestro conocimiento sobre la lengua. Tan pronto hacemos una lectura en voz alta o realizamos algún trabajo escrito se evidencian las dificultades, tanto en la fluidez al leer como en la ortografía o la misma caligrafía (muy competentes con los pulgares sobre la pantalla, pero cada vez más torpes con el bolígrafo sobre el papel). Estoy hablando de alumnos de secundaria que, en su mayor parte, accederán al bachillerato y después a la universidad. Los problemas aparecen tanto en los aventajados como, lógicamente, en los que presentan problemas en el aprendizaje; es decir, se trata de una disfunción generalizada.

Ante una situación como ésta, deberían saltar todas las alarmas, sobre todo si tenemos en cuenta que la lengua materna es la llave que les abrirá las puertas de todas las demás materias. No podrán estudiar Historia si no saben descifrar los textos del libro. La solución pasa por ampliar la carga lectiva en la asignatura de Lengua (¡hasta cinco horas semanales en 1º y 2º de la ESO) y, hala, todo listo. ¡Cuánto español vamos a saber! Y, a pesar de ese refuerzo, los chavales van pasando de curso con las mismas faltas de ortografía y el mismo nivel de lectura y, lo que es peor, sin saber dar forma con palabras a su pensamiento construyendo mensajes complejos y correctos. Algo sigue fallando. ¿Nadie se ha dado cuenta? Claro que sí.

Suelo explicar en clase que la gramática viene a ser algo así como un libro de instrucciones con el que aprender a “montar” nuestro mueble de "Ikea" que es el idioma español. Los hablantes construimos mensajes lingüísticos partiendo de los elementos más pequeños, los sonidos, hasta alcanzar los más elaborados, los textos, y para ello contamos con la gramática, que nos dicta las normas para el correcto montaje, para que no se nos venga abajo nuestra obra. Pues bien, los libros de lengua nos ofrecen estas instrucciones gramaticales por fascículos y de manera recurrente, es decir en todos los cursos se estudian las mismas cuestiones (solo se amplía mínimamente la dificultad del concepto en cuestión) y se presentan “en pildoritas” en las distintas unidades que componen un libro de texto, de manera que, al menos desde mi punto de vista, se pierde la visión de conjunto, el hilo argumental que une los distintos apartados. “Chicos, es como si estoy cuatro años explicándoos las técnicas de natación, cómo mover los brazos, cómo mover los pies, cómo sacar la cabeza para respirar o cómo colocaros el gorro y termináis la etapa de instrucción sin saber nadar o, incluso, sin haberos tirado a la piscina”. A los alumnos se les empieza a hablar del sustantivo o del adjetivo con ocho años y llegan al instituto sin saber distinguirlos o sin saber los tiempos verbales, así que no hablemos de saber cómo utilizaros. Parece claro que con la estrategia de ir estudiando una y otra vez el sustantivo (ese gran desconocido) no vamos a conseguir nadadores olímpicos.

Mis conclusiones son varias. Por un lado habría que reservar el estudio teórico de la lengua a la etapa secundaria y abordar la gramática (clases de palabras y oraciones) en una sola entrega (repartida a lo mejor en dos cursos), dejando que los niños en la escuela primaria se dediquen a lo único que les va a convertir en hablantes competentes de español: leer y escribir. La experiencia de la enseñanza del inglés en nuestro país debería servirnos para aprender de los errores. Generaciones y generaciones de estudiantes han dedicado años a estudiar el verbo “to be” o el estilo indirecto y son, hoy por hoy, incapaces de soltarse a hablar inglés con un nativo. De la misma manera, no por mucho volver y volver sobre el sustantivo o el adverbio (que, por cierto, no atinan nunca a identificar) aseguraremos que nuestros jóvenes sepan escribir o hablar con soltura y corrección. Apostaría, incluso, por la reducción de horas de Lengua, empleadas en su mayoría a repasar temas teóricos que no parecen dar frutos, a favor de otras materias que han ido perdiendo peso en el sistema educativo y que contribuirían a su formación humanística, les darían contenido como personas. Menos gramática teórica, pero bien impartida e hilvanada, y más práctica, más libros, más oratoria, más reflexión, más música, más arte y más verdadera competencia comunicativa. Esto quizá no resulte provechoso para el negocio editorial, está claro.

Y, llegados a este punto, al de la cuestión práctica del lenguaje, no me parece nada descabellado ni anticuado el dictado. Quien lo juzga arcaico quizá esté pensando en el sentido autoritario del asunto, en que “dictar” implica que uno dice lo que otro tiene que hacer. A nadie sorprende que los estudiantes de inglés tengan que superar pruebas de comprensión oral, el conocido como “listening”, ya que parece razonable que hay que entender lo que se escucha. Lo mismo ocurre con el español: hay que interpretar un mensaje oral y transcribirlo con corrección. Cuanto más lean y escriban mejor se les dará el dictado. ¿No os parece más desfasado educativamente explicar la lengua con libros de texto que vuelven y revuelven los aspectos gramaticales, las reglas de uso (que en realidad no son tantas ni tan complejas)?

Yo soy una recién llegada y seguro que habrá muchos compañeros que cuenten con más elementos de juicio. De todos modos, la verdad es que el actual sistema no resulta nada satisfactorio, porque los jóvenes alcanzan la edad universitaria con un gran desconocimiento de la lengua materna. Si, como les digo a los alumnos, el lenguaje humano apareció como consecuencia de nuestra inteligencia y ésa es la cualidad que más significativamente nos diferencia de las demás especies animales, resulta triste que, rozando la edad adulta y preparándose para ejercer una profesión cualificada, los jóvenes no estén capacitados para plasmar su pensamiento complejo a través de los signos lingüísticos, aun habiendo pasado años estudiando el sustantivo endemoniado y descifrando el complemento directo o el indirecto, que a todos atormentan, sin atinar a saber en qué pueden ayudarnos ni adónde nos conducen.

No sabía en qué momento sería oportuno lanzarme con la iniciativa. Un día en que estaban todos muy agitados, y en el que no encontraba la manera con la que empezar la clase, dije “hoy, dictado”. De esto hace tres semanas. “El objetivo no es sólo que empecemos a concienciarnos sobre el correcto uso de nuestro idioma y mejorar la ortografía; vamos a trabajar primero el silencio, que doy fe de que os cuesta horrores morderos la lengua; en segundo lugar, la escucha activa, diferenciar palabras pronunciadas oralmente y transcribirlas lo más ajustadamente posible a la norma, cuidando la disposición de nuestra escritura, en armonía con el espacio en blanco del papel, y entrenando nuestra habilidad motora con el boli. ¿Entendido? No me devolváis los dictados una vez que hayan sido corregidos. Quiero que al final del trimestre podáis comprobar vuestra evolución”. La reacción no se ha hecho esperar, del “puf, qué rollo, profe” al “hala, solo he tenido dos faltas”, pasando por el “¿cuándo dices que tendrás corregido esto y cuánto cuenta?”. ¡Están motivados y han empezado a concienciarse de la necesidad de esforzarse por hacerlo bien! Un llamamiento a los colegas de otras materias: debemos darle valor entre todos al uso correcto del español, así que os pediría que no paséis por alto las patadas a la gramática o al diccionario. A los padres os diré que dosifiquéis el consumo tecnológico y los devaneos por las redes de vuestros hijos y que para las Navidades hagáis un buen regalo, uno que puede ayudarles en su futuro más de lo que imagináis. No importa si es un cómic al uso, un manga o un “best seller” juvenil. En las páginas del libro hallarán muchas claves para entender su idioma y para entender el mundo.



Los dictados del futuro (2ª parte).
"Actualizando el dispositivo ortográfico..."
(...) "No me devolváis los dictados que vaya corrigiendo, chicos. Guardadlos para que al final del trimestre podáis comprobar vuestros progresos. En esta ocasión no voy a puntuaros numéricamente, es decir no se descontará 0,1 por cada tilde y 0,25 por cada falta de ortografía.
Voy a establecer unos tramos de evaluación con la intención de valorar vuestro trabajo, pero desdramatizando la penalización. Una "A" para quien consiga una redacción impecable o mínimamente fallida; una "B+" si habéis tenido unos tres "tropezones menores"; obtendrá una "B" (sin pluses) quien haya estado más despistado y acumule entre 5 y 7 errores (dependiendo de la gravedad, que hoy me he encontrado un "avia bisto" y con una de éstas os caváis directamente la tumba del boletín de notas).
Ojo si vamos acercándonos a la "B-" o "B--" (con lindezas varias como "Hera", como pasado del verbo "ser", en oraciones del tipo "Mi madre HERA muy guapa" o invenciones léxicas como "reloGes", "oja lata" o "Bulgar"), porque, llegados a ese punto, estaréis al borde del precipicio y mi paciencia con vosotros, allí, a punto de saltar. Rebasados los 15 atropellos a la gramática del español daré por hecho que mi misión como profe de lengua es absurda con alumnos que "hablan algo que no entiendo"; quizá me resulte más fácil descifrar el mensaje de un marciano que enfrentarme al dictado de quien escribe con extrañas palabras que pretenden, perezosamente, parecerse al español.
Tercer lunes de dictados en 2º de ESO:
- "Pues se van notando ciertos avances, ¿eh?". Marius, mi "pequeño "hacker" anónimus, explica muy orgulloso: "Yo no puedo evolucionar más, profe; yo ya tengo una A".
- "Entonces, Marius, preocúpate de mantener la marca, de no bajar la guardia y de no confiarte, que nadie es infalible".
-"A ver, ¿alguien más tiene una"A" en el dictado?".
-"Si no recuerdo mal, Daniel y Samuel lucen sendas "aes" en sus hojas" -contesto-.
La cara de Marius se muestra en ese momento un poco decepcionada, aunque no parece envidiosa. "No creo que sea bueno que estéis todo el día comparándoos, Marius. No siempre podemos estar al 100% para conseguir trabajos impolutos. Además, hay que asumir que, en este mundo, siempre nos vamos a encontrar con gente más lista, más guapa, más alta, más simpática, o menos. No merece la pena compararse con ninguno de ellos. Somos todos extraordinarios simplemente por ser nosotros y, si tiene que haber un rival, no lo busques fuera, en tu compañero de al lado; si quieres trabajar duro, cosechar éxitos y celebrarlos, compite únicamente contigo mismo. Intenta superarte; esfuérzate por conseguir cada día una mejor versión de ti mismo. Que el Marius y la Emilia de hoy mejoren a los que fueron ayer. La satisfacción cuando se consigue es mucho mayor que si pretendemos medirnos en comparación con otros. Cada uno tiene unas habilidades, un ritmo, un estilo. El rasero ajeno nos provoca ansiedad y frustración. Más vale mirar para nuestros adentros, conocer nuestro potencial y nuestras limitaciones, esforzarnos por conjugar ambos y obtener un buen rendimiento...".
La profesora concluye la improvisada sesión de "crecimiento personal" sin saber si lo habrá explicado bien. Marius, de palabra firme y serena, entonada con aires del Este, sintetiza el discurso con una sentencia cristalina que refleja el pensamiento tecnológico adolescente: "¿Quieres decir, profe, que tengo que actualizar mi "software" cada día, para mejorar los "gadget" de mi "App", como en el "messenger", y conseguir un dispositivo mejor?...".
-"Ejem... Marius... Eso es. Ni mil palabras más. Te veo mañana con la "App" actualizada."

4 comentarios:

  1. Mientras sean los políticos y no los profesionales de la enseñanza los que determinen los contenidos y los métodos educativos , mal vamos. Muy mal. Nos faltan muchas horas de lectura comprensiva en las aulas, base de todo lo demás.

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