miércoles, 23 de mayo de 2018

Mis musas, las maestras




No sé qué me pasa últimamente, pero no me siento muy motivada, así en líneas generales y, más particularmente, a la hora de escribir. No me quiero dejar arrastrar, aunque siempre se ha dicho que la creatividad es una cuestión de inspiración, ¿dónde estáis musas, que me tenéis abandonada? Nada me mueve y la sensación me deja con el corazón estancado. Quizá, si pusiera más interés por la actualidad informativa y viese el telediario de vez en cuando, podría llegar a sentir indignación ante la desvergüenza de muchos de los personajes del panorama social y político, alentándose desde mis entrañas un fogonazo contestatario que termine por despertarme ya de este sopor existencial mío.

Veo que mi compañera de trabajo, muy querida y admirada por otra parte, luce en su mochila de profesora un pin con la bandera de la República española. Raquel celebra su cumpleaños  este sábado, día 14 de abril, orgullosa de soplar velas el mismo día en que se conmemora la proclamación de la II República Española. Mi amiga se considera una firme defensora de que nuestro país se transforme radicalmente e instaure la tercera y definitiva república que, según ella, nos proporcione un sistema verdaderamente democrático, en el que prevalezca la justicia, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley que debe ampararnos, más allá de nuestras diferencias culturales, religiosas, ideológicas o económicas.

La escucho con mucha admiración, porque veo que sabe mucho y muestra conciencia política y social. Yo, que pertenezco a la generación postfranquista y nací un año antes de que se firmase la Constitución Española, crecí escuchando en casa lo bueno que había sido nuestro anterior rey, Juan Carlos I; todo eran elogios a la hora de valorar su papel institucional en la denominada Transición, pues, según nos han contado, supo conciliar posturas, dar cabida en el  nuevo escenario democrático a todas las posiciones políticas, incluso a las que durante décadas tuvieron que vivir en el exilio y fueron perseguidas en razón al color de su bandera.

Me declaro muy ignorante en muchos aspectos relacionados con la historia reciente de España. Quizá lo sea porque en los años que tuve que estudiarla había muchos temas que seguían tratándose de manera muy edulcorada, y a veces sectaria, pero también por cierta dejadez . Creo que mi actitud habría sido bien distinta si la vida me hubiera puesto en el aprieto de tener que sufrir en mis propias carnes las consecuencias de las injusticias, del reparto desigual de las riquezas, que encumbra a una minoría y arrincona a tantos, esposándolos a una realidad socioeconómica en muchos casos insostenible. La tibieza de pensamiento se tornaría indignación, furia interna incontrolable, si hubiera sentido que mis derechos y libertades han sido quebrantados por algún grupo de poder, ya sea el Estado o por parte de los llamados poderes fácticos…



He leído algunos textos sobre la II República. Creo que entiendo, en líneas generales, cuál fue el propósito republicano después del reinado de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera. Reconozco, sin embargo, que me he perdido en la maraña de acontecimientos políticos que se sucedieron en los dos bienios que abarcó la segunda República “en paz”, entre republicanos-socialistas, el partido republicano radical, la Confederación Española de Derechas Autónomas, la Revolución de 1934, que representó la insurrección anarquista y socialista y el posterior Frente Popular, que, tras las elecciones generales de 1936, solo pudo gobernar cinco meses, hasta que el 18 de julio de ese mismo año tuvo lugar el golpe de Estado por una parte del ejército que desembocó en la guerra civil española. Por no hablar de la llamada segunda República en guerra, de 1936 a 1939.

Llegados a este punto me doy cuenta de que no es nada fácil bucear en el pasado y comprender las razones y sinrazones que conducen a un país a una guerra. Creo, de hecho, que fue entonces, en aquellos tres años terribles, donde terminaron de forjarse, a fuego lento y ensañado, las etiquetas, los colores, los prejuicios que han mantenido enfrentados a los ciudadanos de este país: rojo, morado, azul, fascista, comunista, franquista, derechas, izquierdas, y otras heredadas, marxistas, leninistas, anarquistas… No quiero ni entrar a descrifrar qué significa ser una cosa o la otra. Yo he terminado convirtiéndome en una mujer adulta, con cierta instrucción, del siglo XXI, sin el resguardo de ninguno de esos paraguas, aunque quizá sí a la sombra del que eligió mi familia para significarse políticamente. Mis padres, que vivieron la represión franquista y estudiaron Geografía e Historia en los últimos años de la dictadura, se declararon siempre firmes defensores de la democracia y de la Monarquía constitucional que se instauró con Juan Carlos I y continua, de momento, con Felipe VI…

Pero quiero pensar que el concepto de República tiene mucho más calado y trasciende las banderas y la cuestión política e institucional (tendré que seguir madurando en este sentido mis posiciones como ciudadana comprometida que aspiro a ser). Porque yo miro a Raquel, observo su trato con los alumnos, escucho sus opiniones sobre lo que debe ser la escuela y su análisis de la realidad educativa y veo en ella a una mujer comprometida con su trabajo, que está convencida de que la educación debe ser pública, de todos para todos, porque todos tenemos los mismos derechos, porque la educación es un derecho, y veo que ella, como otros tantos compañeros a los que me honra haber conocido, ofrece lo mejor de sí misma al alumno pobre, al rico, al que tiene dificultades en el aprendizaje y al que se le desborda el intelecto, a la chica peleona que despotrica contra todo, a la muchacha del pañuelo, al chaval de trato amable y al que osa, desde la más supina ignorancia, cuestionar la calidad de un texto de García Lorca. Me gusta su espíritu crítico y me encanta escucharla hablar de cuestiones muy candentes y actuales, como el feminismo. No sé si comparto todo cuanto ella defiende, pero sí sé que contar con ella, con su visión del mundo, de la vida, de la educación, de la literatura, resulta del todo estimulante y enriquecedor.

Y como ando en este momento vital tan confuso y no daba con el aire que quería darle a este texto, pensé que sería buena idea comentarle a Raquel que tenía que preparar para mi próxima reunión de Empiñadas algo relacionado con la República. Le estuve hablando de que tenía en la cabeza hablaros de las Sinsombrero, nombre con el que se conoce a la generación de mujeres pintoras, poetas, novelistas, ilustradoras, escultoras y pensadoras, que a través de su arte y activismo desafiaron y cambiaron las normas sociales y culturales de la España de los años 20 y 30: Teresa León, Ernestina de Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Maruja Mallo, nombres silenciados de la historia oficial de la generación del 27, entre muchos otros… y pensé en ellas porque hacerlo significaba querer entender su contexto histórico, que abarca los años de la dictadura de Primo de Rivera, la República y la guerra civil.

Aunque a Raquel creo que le pareció interesante la idea, sobre todo porque los profesores de Lengua y Literatura llevamos años queriendo reivindicar los nombres de todas estas mujeres como legítimas representantes de la clase intelectual española de aquel momento, me sugirió un tema si cabe más oportuno. ¿Por qué no hablas de las maestras de la República? Así podrías mostrar qué representaron las ideas republicanas para la educación…

Aunque los entresijos políticos e históricos que sustentaron la República me hayan resultado difíciles de asimilar, así en una primera lectura, mi compañera me hizo ver que había una cuestión mucho más próxima a mí y que, sin lugar a dudas, constituye el punto de partida para cualquier propuesta ideológica que pretenda enarbolar la bandera de la libertad y la igualdad entre las personas. 


Uno de los grandes compromisos sociales de la democracia de la Segunda República fue la educación, pues solo acercando el saber y la cultura a todos los ciudadanos sería posible asegurar una sociedad libre e igualitaria, con criterio para elegir su destino desde el mismísimo conocimiento de causa. El objetivo era configurar el estado docente, que llevaría la enseñanza a los rincones más remotos del país para construir una sociedad más justa, equitativa y solidaria.

Las maestras de la República, o sencillamente republicanas, tuvieron un papel principal en este propósito, pues participaron de forma comprometida y valiente en su desarrollo material. En aquellos años 30, estas profesionales representaban el modelo de mujeres modernas e independientes. Ellas serían las responsables, en buena medida, de la construcción y difusión de la nueva identidad ciudadana, al educar a su alumnado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad, tanto a través de la transmisión en los contenidos en las aulas como, sobre todo, con su ejemplo personal. Algo que nos suena ahora a rabiosa actualidad, al colmo de la reivindicación de la educación en valores, fue ya una realidad hace más de setenta años. Estuvimos en el camino de convertirnos ya, a comienzos del siglo XX, en la sociedad moderna en la que aún hoy aspiramos a convertirnos.

Estas maestras trabajaron con denuedo en las aulas de todo el país desde el más absoluto compromiso con la igualdad social y de género. Como nos cuentan en el documental que se les ha dedicado y que os recomiendo, fueron conscientes de que cada paso que daban representaba el dibujo del camino por el cual otras transitarían". Se embarcaron en los viajes de estudios, participaron en las Misiones pedagógicas, ocuparon puestos de dirección en los colegios y formaron parte de organizaciones sindicales, políticas y asociaciones feministas y ciudadanas. Fueron pioneras en diversos procesos de innovación y prácticas pedagógicas que abrían las aulas a una metodología activa y participativa. Sentaron las bases de una propuesta educativa que actualmente consideraríamos del todo revolucionaria y que, en caso de que nuestro sistema de enseñanza la incorporase, nos conduciría, casi con toda seguridad, a un éxito rotundo en materia de educación. Ríase usted de Finlandia.

Porque creían en la igualdad derribaron los muros que separaban a los alumnos y alumnas, apostando por la enseñanza mixta y laica, pues creyeron que así era posible compartir intereses y conocimientos desde la igualdad, dejando de lado los condicionamientos sociales, culturales o religiosos. 

Este ambicioso proyecto pedagógico quedó interrumpido tras la guerra civil, con la represión ejercida por el bando vencedor sobre el ejercicio del magisterio por parte de estas maestras. Se intentó acabar con ellas tanto física como simbólicamente, persiguiendo los valores de igualdad y autonomía que representaban.  Además, con el franquismo, se produjo una intolerable injerencia del Estado y la Iglesia en lo referente a la enseñanza, con el consiguiente menoscabo en el ejercicio de la función pública docente. Durante la dictadura, no ejercieron el magisterio los mejores profesionales, sino aquellos, a veces de dudosa preparación, elegidos por su afección al nacionalcatolicismo.

Afortunadamente, en los últimos cuarenta años mucho han cambiado las cosas en materia de educación. Hay, sin embargo, diversos aspectos que precisan de una profunda transformación, sobre todo en lo referido a la metodología y la cuestión pedagógica, pues todavía en nuestro siglo se sigue pretendiendo que todos los estudiantes respondan a un único perfil académico, a un canon a veces inalcanzable. La atención a la diversidad conforma un capítulo cada vez más importante para quienes legislan; lo mismo ocurre con el apartado referido a la educación en valores. No podría ser de otra manera, pues una sociedad moderna y plural como la nuestra debe velar por que cada uno de quienes la conforman tenga acceso a una educación que le permita convertirse, en condiciones de igualdad y libertad, en ciudadanos activos y participativos en la vida social, económica y política de nuestro país.

Somos muchos los profesores comprometidos con este objetivo, doy fe de ello, pero hay unos pocos que parecen traer el testigo de quienes, en otro tiempo, defendieron ya los mismos ideales. Mi compañera y amiga Raquel es una de estas maestras de hoy que trabajan para reivindicar el derecho a una educación pública que garantice los principios de igualdad y libertad, pues solo de esta manera podremos decir que vivimos en una verdadera democracia. Ella y las maestras de la República han terminado por convertirse en mis musas; han venido a despertarme de mi sopor, a darme un nuevo contenido y ganas renovadas para ilusionarme con lo que de verdad me mueve e ilusiona, ser maestra, y por lo que parece, republicana.

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